miércoles, 27 de enero de 2010

Zach Williams "La Pasión"

No creo en Dios, en ningún Dios.

Si me sumerjo en los pozos de la memoria, hondo, en las zonas más lejanas y casi olvidas, me veo ajeno a esa necesidad religiosa de las personas que les da una esperanza o una credulidad suficiente para seguir un día tras otro.

No veo necesidad en formar parte de un clan, ni de ser vigilado por un tío con superpoderes que, supuestamente me ama y que no obstante, no tiene reparos en condenarme por todo la eternidad (con lo largo que parece eso) a sufrimientos inenarrables.

No entiendo esa necesidad, pero comprendo y respeto el que las personas se aferren a este cúmulo de ideas y tradiciones que supone pertenecer a una religión. Porque, incluso conceptos, para mí, equivocados, son capaces de lograr cosas buenas, a veces, buenísimas. Y este es el caso que me ocupa.

La vida de Zach Williams era un tren desbocado encaminándose de manera suicida hacía la tumba. La historia no es nueva, es más, diría que es aburrida, manida, evidente y repetitiva. Adicción extrema a estupefacientes, la libertad al límite, la promesa de un tío con, más que evidente, talento, echada a perder por su propia necedad. Hasta la llegada de Stacey, su mujer y voz de acompañamiento en todo su disco, y de su mano un nuevo comienzo, un borrón y cuenta nueva. Encontrar un sitio mejor, una persona que le da lo que, erróneamente, buscaba en los fármacos, y con ello, la posibilidad de redirigir sus pasos a esa otra adicción, que nunca ha hecho daño a nadie. La música. ¡Y que música! Lo que ha hecho Zach Williams con este Story Time del año que acaba de terminar, es, probablemente, uno de los mejores discos que he escuchado en mucho tiempo. La rotundidad de sus canciones, la manera que tiene de interpretarlas, la forma en que te transmite todo su apasionamiento, en cada estrofa, en cada nota. La necesidad, en definitiva de cantar cada canción como si fuera la última vez que la va a interpretar, sumerge, a quien quiera escucharlo, en el corazón de una persona que está viva, por primera vez en mucho tiempo, que se siente completo y a gusto consigo mismo.

Williams se entrega de manera visceral y absoluta en cada canción. Sin parecerse, veo en sus modo de interpretar, sombras de Bruce Springsteen, Otis Redding o James Brown. Canciones cercanas al sonido Americana y Roots como “Across The Bridge” o “Mountain Water”. Sonidos de una pureza Soul y, sin embargo, tan propios y únicos como son “Down To Blood”, “Lions And Dragons” y “Right On Time” o hermosas canciones como “James”, “Take Care” u “Hospital”. La ayuda de Stacey en canciones como “Lions And Dragons”, “Fears” o “Across The Bridge” enriquecen, aún más, si cabe, estos pedazos de alma hechos canción que componen Story Time. Como anécdota reseñar que Zach Williams nació en Georgia, lugar de espacios amplios y horizontes lejanos, en donde uno podría, a priori, sentirse libre y sin embargo, acabó aprisionado por sus miserias. Sin embargo, una vez que abrazó la mística y la fe, se trasladó a Nueva York, Brooklyn, más concretamente. Lugar que, en teoría, se apresta más para caer en los peores vicios. Sin embargo esto a Williams le ha venido más que bien. Inspirándole una obra maestra como es Story Time. Al parecer Zach hace suya esa máxima budista que dice: “que ser un santo en las montañas, alejados de todos, es fácil, lo difícil es ser un santo en la ciudad.”

Sin comulgar con su modo de ver la vida, me alegro no obstante de que, al igual que ese otro gran músico y persona que es Mike Farris, se haya aferrado al barco difuso de la fe. Si el resultado son discos como este o los del propio Farris, bien merece la pena embarcarse en lo que Rabelais llamó: “Chercher un grand peût-être”, o buscar un gran quizás.





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