Se cerrarán las puertas. Se bajaran, para siempre ya, las persianas metálicas con ese crujido sordo como de mortaja. Se apagará las cafetera y, ni el aroma intenso del café o del té, ni la deliciosa y tentadora pieza de pastel seducirán nuestros sentidos.
Las circunstancias, malditas sean, forman muro, castillo kafkiano, un NO terrible y burocrático que enmudece por segundos el alma y nos echa a la intemperie de un verano que, en un momento, se vuelve invierno inmisericorde, no como aquel otro, hermoso
y necesario que enmudecía mi pensamiento y reconfortaba el alma al hallar refugio de un frío invernal que nunca fue tan terrible como el que sentimos todos aquellos que hicimos del Café Vienés nuestra casa, nuestra sala de estar, nuestro escondite.
El Café Vienés cierra. Se cierran tantos ecos, de risas, de miradas cómplices, de conversaciones intrascendentes, de esas otras intensas y cargadas del fuego grato y acogedor de la sala de estar en medio del parque de La Taconera. Esa sensación única de haber hallado un lugar que te estaba esperando, que te buscaba, paciente, para que tú lo hicieras parte tuya, que lo unieras a tu sentimiento para siempre. Cierra, cuando se cumplen veinticinco años de su nacimiento. Demasiado poco para un refugio, demasiados deprisa los días se han precipitado hacia un final nunca deseado. ¿Quien quiere que se termine una historia de amor, quien es capaz de salir por una puerta, consciente de que nunca más la va a volver a abrir?.
De esos veinticinco años, veinte, tal vez más, ¿quien puede recordar? he encontrado inspiración y locura tras sus ventanales. Me he abrazado a las palabras de todos aquellos y aquellas que sabían contar los sentimientos con la intensidad y la pasión que a mi me falta. He fortalecido mi interior con libros e historias, con pensamientos y emociones, hasta el punto absurdo e infantil de querer imitarlos. Y ha sido el Café Vienés el testigo amable y comprensivo de mis idas de cabeza, de mis locos efluvios y pretensiones. Atrapado tras ventanales que siempre mostraban lo más bonito del mundo exterior, yo he soñado despierto, he creído y creado mundos, he buscado las respuestas y me he esforzado en mejorar las preguntas. He dejado vagar la mirada por entre las mesas buscando, sin saberlo, lo que el destino me reservaba, años después. El Vienés se convirtió en refugio amable frente a las tormentas de un exterior miserable y rancio,
con esa pátina gris y odiosa que poseen las ciudades que no se han limpiado bien el culo del alma y despiden esa peste antigua y oxidada como a queroseno y requeté, a misal y alcanfor a razones por cojones y nunca por el corazón.
Allí se congregaba la derecha y la izquierda, el pensamiento vacío y el de las amebas, el veleta y el que arraigaba su corazón a la tierra, aunque ésta estuviera sorda. Allí, entre cafés y tés, entre deliciosas tartas de tiramisú y de manzana o chocolate, se arrebujaban personajes variopintos. Recuerdo al tipo aquel que se leía toda la prensa y mantenía acalorados debates contra si mismo; sus murmullos constantes crispaban y fascinaban al tiempo que despertaban una curiosidad brutal querer saber que apuntaba, de manera continua, en papelitos y trozos de servilleta. Recuerdo a una pareja amable de jubilados que eran incondicionales del Café y que, hasta que el Alzheimer no derrumbó a la mujer, despojándola de si misma, convirtieron la lectura y la observación queda y amable del mundo tras los cristales, en un rito necesario, como yo convertía al mio, fuera el que coño fuera, en algo similar. Recuerdo a la mujer mayor, sosegada y sonriente que, buena parte del año vivía entre los setos del parque y, todas las mañanas, se tomaba su vaso de leche y se engalanaba a su manera en el baño del Café, ¿que historia horrible o fascinante, terrible o inevitable vivía
tras esa sonrisa, tras ese modo pausado de su cotidianidad?.
Tantas personas, tantas vidas, tantas emociones y anhelos, tanta estupidez y grandeza en tantas y tantas personas, tras tantos y tantos años de ver a los habituales, de ver llegar a gente que se volvía asidua, de echar de menos a los que desaparecían para siempre, de ver crecer a niños y niñas cuyos padres y abuelos mostraban un pedacito de su "casa" a estas nuevas generaciones. Tantas risas y carreras y gritos y ruidos caóticos alrededor de las mesas...¡Putos críos!, me decía en ocasiones mientras, otras, me embobaba con su modo de ver la vida, el mundo, sus sonrisas, los chupetes que alguno y alguna, amablemente me ofreció, así como trozos de galleta chupeteados y algún que otro muñecajo ajado y repleto del paso de la risa y el juego por sus costuras.
¿Cuantos desencuentros y amores truncados han visto los ventanales, cuantas palabras definitivas y cargadas de pena o rencor habrán escuchado las mesas o las tazas?
¿Cuantas historias de amor han crecido a doce pasos de distancia, entre mesas que semejaban torreones de esperanza o desesperanza y donde los amantes se buscaban la mirada con rabia, con fuego y una necesidad más brutal y arrebatadora que la de respirar?
El amor, el de verdad, el que solo sucede una vez, si es que tienes la fortuna de que así sea, creció, regado por un destino o un azar medio loco entre dos mesas para mi, para ella, con las tormentas cantando fuera del Café y Ellioth Murphy o la cansina de Norah Jones y esa puta canción suya de los huevos que suena siempre y que, sin embargo recordaré siempre porque fue una banda sonora que me acompañó entre la emoción y el pánico, la esperanza y la exuberancia de un momento único e inaudito, extraño y brutalmente sincero. Y todo entre ventanales que nos alejaban del desierto que es esta ciudad y desplegaban las velas de uno momentos irrepetibles en pos de un mar secreto que empujaba a nuestros corazones a querer ser piratas, a navegar mares de palabras y arrecifes de conversaciones a guiarnos por las miradas, como se hace en alta mar al anochecer con las estrellas.
Se cierra el Café Vienés. Nos quedamos huérfanos y sin refugio. Algo más perdidos, abandonados a la deriva en un pedazo de papel oficial que pretende hacerse pasar por un mar azul. Nos agarramos, algo más fuerte las manos y dejamos vagar la mirada por los ecos que tantos momentos vividos cantan en la memoria.
No buscaremos sustituto, ¿como podríamos?, no lo hay. Las puertas cerraran pronto y seremos, por unos días, algo más pobres de espíritu. Sin dramatismos, ni exageraciones, perderemos un pedacito de nosotros mismos que quedará impreso entre los cristales de sus ventanas, entre las tazas y los platos que tantos cafés y tartas albergaron. Nuestras huellas, marcadas para siempre, en las mesas, en las tazas, cucharillas y tenedores, en los pasos y su eco en el paseo hermoso que suponía llegar a esa casa donde todos los camareros y camareras te servían un trocito de sonrisa, una taza de conversación amena e intrascendente pero necesaria.
Se cierra el Café Vienés en la Taconera...pero nunca se podrá cerrar en nuestros corazones.
Agur querido Café Vienés...ojalá ese destino que atrapó mi corazón, nos reúna de nuevo..yo, ya sabes que quiero..un té y un pedacito de tiramisú....
8 comentarios:
Quizá sea difícil de comprender para quien no sea de Pamplona, pero se cierra uno de los sitios más entrañables de la ciudad. Incluso para mí, que me dejo caer muy de tarde en tarde por la vieja Iruña.
Saludos.
Nos agarraremos más fuerte las manos Chico del Vienés...son mil veranos entre los muros de esos jardines los que nos esperan siempre, es todo lo hermoso lo que nos queda tatuado en el alma...y eso es eterno, es un bonito horizonte.
Un abrazo enorme a quienes hicieron de este, nuestro Vienés, un lugar inolvidable.
Magic Power...y sonrie mi corazón
Algunos sitios son parada de fonda para el cuerpo y píldora de evasión para el alma al aroma de un veneno dulce y seductor que nos hace que el tiempo vuele sin gastarse, sin consumirse, prestandose a ser vivido, liquidado entre nuestros sentidos, paladeado por nuestro paladar...es una putada, una gran putada.
Abrazos y besos.
Todos hemos ya, perdido lugares así. En el mio había un poco más de 'ambientillo.
Hoy hay ruido de vida. Gente que habla,que sonrie,niños que juegan.el aroma del cafe el tintineo de tazas y platos.. De vida. Hoy le decimos adios al vienes sonriendo saboreando sus aromas, sus sonidos.. Hoy es el último dia pero los sueños siguen,del único modo posible que pueden seguir los sueños.. Haciendose realidad...
Y a forma de que se hagan realidad es no dejar de soñar amigo, sigamos soñando.
Abrazo.
Aunque hace tiempo que dejara de visitarlo, sentiré su cierre y allí quedarán muchos, muchos recuerdos.
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